La noticia saltaba el pasado 1 de septiembre de 2015. Japón retiraba el logotipo de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, por posible plagio.
Días después de su presentación, en el mes de julio, el diseñador belga Olivier Debie puso una demanda contra el diseñador japonés del logo olímpico, Kenjiro Sano. Le acusaba de tener enormes similitudes con el logo que él había diseñado para el Théâtre de Liège en Bélgica, dos años antes.
Más allá de todo esto, el logo también tenía mucho en común con el diseñado por el estudio de Barcelona Hey Studio para recaudar fondos tras el terremoto de Japón en el año 2011. Aunque estos últimos no han querido participar en la polémica aludiendo que probablemente sea una mera coincidencia.
El propio diseñador belga tuiteaba esto el día 28 de julio, abriendo el debate al gran público.
Théâtre de Liège vs Tokyo 2020#Tokyo2020 #ThéâtredeLiège #plagiat? pic.twitter.com/u64MpWBAI2
— Olivier Debie (@OliDebie) July 28, 2015
Al margen de valorar lo ocurrido, el tema del logotipo de las Olimpiadas no se ha quedado ahí. Si nos hemos quedado sin logo, hay que hacer otro y ¿por qué no lo hacemos de forma colaborativa? parece que pensaron desde el país nipón. Por qué no. Ahora con esto de internet el hecho de hacer un logo social puede ser chulo. Y he aquí cuando el logo de nuevo vuelve a ser protagonista.
Una decisión que ha hecho saltar las alarmas en AIGA (The Professional Association for Design). Richard Gefré, su director ejecutivo, publica esta estupenda reflexión sobre el papel del diseñador profesional y el transfondo de la creación de un logo.
Ya hablábamos un día en este blog sobre por qué el logo no lo puede hacer tu cuñado. Pudiendo sustituir al cuñado por el vecino u otros amigos aficionados a esto del dibujo.
¿Es válida la creación de una marca en base a unos gustos estéticos? ¿Qué pasa con el mensaje que transmite esa marca, sus valores, sus objetivos y su permanencia en el tiempo? ¿Es capaz un aficionado, de transmitir un mensaje a través de un logotipo y que sea válido para una persona que reside en distintas partes del mundo? ¿Restamos profesionalidad a la creación de un logo por parte de una agencia o un experto capaz de transmitir necesidades e intereses de una marca en una sola captura?
A ello le podemos unir la extendida opinión del valor económico de la creación de una enseña, que de nuevo se pone en duda cuando se da a entender que cualquiera está preparado para ello y que el hacerlo es casi una muestra de gratitud. No obstante, la explotación de esa marca durante las Olimpiadas sí genera millones en facturación por su aplicación en innumerables elementos que se compran y se venden.
Por último, Richard Gefré apunta en su artículo otro asunto también importante y complejo: el de la propiedad intelectual de una creación que sí va a reportar enormes beneficios a un tercero pero no a su creador.
Entonces ¿cuál es el papel del diseñador gráfico en todo esto? ¿Cómo respetar su trabajo y el de miles de agencias de todo el mundo? Ahí os dejamos un momento de reflexión antes de acabar el año.